Estuve en Amsterdam y me acorde de ti (1)

Entre col y col, bocata de chorizo. Porque no todo en la vida es periodismo digital, aquí va mi reciente visita a Amsterdam.

Mi primera facturación de maletas, mi primera clavada en una cafetería del aeropuerto, mi primer embarque, mi primer vuelo. Por fin salía de España y no para volver a mi amada Andorra.
Para empezar, volar es algo increíble. Aunque después de un rato recurres a la PSP, a no ser que el avión se ponga a hacer piruetas, claro. Aunque, de toda mi andadura a no sé cuantos mil pies de altura me quedo, sin duda, con el mar de nieve que dibujan los Pirineos.
Llegar es un poco caos. Busca la salida, tus maletas... Do you speak english?, oh my god! Para todo aquel que no lo sepa, Amsterdam no es como cuando te vas a México o algo así, la gente no entiende mucho el castellano. Por suerte, mi nivel medio de inglés me ayudó a sobrevivir durante los siete días.
Eliminemos tópicos, nadie te ofrece marihuana nada más bajar del avión, tampoco te rodea una legión de prostitutas, todo eso está por el centro... Me han dicho.
Taxi, hotel, Mc Donald's (habrá un apartado especial de la comida autóctona), descanso. Metro y, ¡ooooh! Bonita visión.
Nada más asomar por el centro de la ciudad holandesa, algo distinto a todo lo que has visto por aquí te invade, todavía no son los estupefacientes... Aunque está inglés, el amigo Travolta te explica fácil y sencillo, qué es lo que puedes hacer en Amsterdam.
En la capital de Holanda se respira otro aire. La gente no está tan estresada. Debe ser por aquéllo de que no hay atascos en el centro gracias a los tranvías y las magníficas bicicletas. La ciudad se mueve a dos ruedas y sobre sus raíles, pero mejor, todavía no hablemos de la gastronomía.
Esta es la primera parte de una, más o menos, extensa serie. Más y mejor, mañana.